Mi hijo llevaba unos días quejándose de la barriga, y como es un niño que no suele quejarse a no ser que realmente tenga dolor, pues decidimos llevarlo a urgencias el domingo.
Lo primero que me dijo mi madre es que le tenía que controlar más la alimentación, que no comía lo suficiente de esto y de aquello, etc etc. Después de apenas haber dormido y con mi hijo llorando, era lo último que quería oír. Me sentí como una mala madre que no nutre lo suficiente a su hijo, una mala madre que no puede dar consuelo y me vine abajo y me puse a llorar. Lloraba de pena, de rabia, de cabreo, lloraba por un poco de todo. Y mientras miraba un punto fijo inconcreto pensaba en anular la comida familiar para quedarme en casa con mi hijo y pedir una pizza familiar con borde de queso para mi sola, y reventar. Comerme toda esa rabia e impotencia y a tomar por saco todo.
Pero en ese instante mi hijo me vio llorando y dejó de llorar para decirme con una sonrisa que qué hacía, mi perra dió un salto para ponerse a mi lado y lamerme la mano para darme consuelo. Se me pasó todo. Los abracé. Se me pasó todo.

Gracias a Dios lo de mi hijo no fue nada grave y pudo solucionarse (después de 4 horas de espera...pero ese ya es otro tema, el de como esta la sanidad pública...pero en fin...) y nos fuimos todos a comer (como no) a las 5 de la tarde. Colorin colorado esta crónica/reflexión se ha acabado.
¿Y tú, a quién culpas de tus kilos de más? :-)
Un abrazo, xo
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